Selección para la exposición colectiva MELILLAFRONTERASUR en la galería Art&Flux de Bruselas con la que se pretendió visibilizar y concienciar sobre el drama que sufren las personas migrantes a su paso por Melilla, una de dos únicas fronteras físicas entre Europa y África. Octubre de 2018.
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Un grupo de senegaleses que vuelven de clase de español se cruza con una familia siria que sale del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), instalado frente a un campo de golf, dentro de una valla en la que se enredan las bolsas de plástico que salieron volando un día en el que alguien hacía picnic en el pinar después de correr la media maratón mientras unos niños se manifiestan en el centro de la ciudad porque no les dejan ir al colegio justo un segundo antes de que en el puerto un chaval argelino que tuvo la mala necesidad de caer de un muro de 5 metros reciba una paliza.

Esta radiografía de Melilla es la de un lugar que en el imaginario de los españoles que nacimos a finales de los 80 a duras penas existe o significa sin el recuerdo de las concertinas. Y que hoy, con tintes casi de realismo mágico, rebosa simbolismo en cada una de sus infinitas vulneraciones de derechos mientras palpita a la desesperada en 12 kilómetros cuadrados y dentro de África.

No se habla de Melilla. Y no porque sea un tema tabú o algo políticamente incorrecto (que también)... simplemente no se habla de este lugar. Yo por lo menos no recuerdo ninguna conversación significativa en casa, ni entre mis amigas ni, mucho menos, en el colegio. Lo más asombroso es que, años más tarde y con un melillense (rara avis) en la pandilla de la Universidad, tampoco se hablaría nunca de Melilla, ese gran bastión patrio que ni siquiera tiene jurisdicción sobre las aguas por las que se van los niños con suerte, la suerte de otros y los envases vacíos de toda la españolidad que exportamos hasta allí para poder sentirnos como en casa.

Es este palpitar contenido lo que busca reflejar mi trabajo. Imágenes de un estado previo (o posterior) al abuso en un ambiente de abandono y atemporalidad que nos dificulta saber si ya ha sucedido o está a punto de estallar.

Todo en aparente calma, en silencio... porque de Melilla no se habla.
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